A veces me niego a entenderme (lo cual puede sonar irónico, pero no lo es tanto).
Y es que entenderme implica sincerarme conmigo misma (y a veces eso implica enfrentarme a mis mayores temores, esos que guardo bajo la almohada).
Guardo muchos, quizá demasiados temores. La gran mayoría quizá nunca vayan a manifestarse (pero siguen ahí para recordarme todo lo que podría salir mal).
Todos los escenarios catastróficos que se alojan en mi cabeza son dignos de una recopilación psiquiátrica (muchos se han formado en los últimos años de mi vida a raíz de lo que algunos llaman “crecer”).
Y sin embargo, mientras más crezco, más me percato de que a veces la capacidad de entenderme es inversamente proporcional a la sinceridad conmigo misma. Que probablemente optaré por seguirme mintiendo con la esperanza de un día, entenderme mejor.
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