julio 27, 2014

Mini historias 4.1.1

A falta de contacto humano, buenas eran las libretas, las servilletas, las facturas y los papeles reciclados. Aunque la pereza pesaba mucho, constantemente Amalia escribía de las cosas triviales (como escribir y decir por qué escribía) o de cosas importantes, como los cambios que urgían en su vida.
A veces, hubiese querido expresarlo todo con una persona para ahorrarse el tiempo y esos dedos manchados por su mala costumbre de escribir de forma incorrecta. Pero en esos momentos, no había nadie con esa categoría lo suficientemente importante para resistir el calibre de tantas ideas negativas acumuladas para hacerla sentir sola.
Aunque ya hemos dicho que el silencio era su mejor amigo, muy en el fondo sabía que no podía estar del todo en silencio por mucho tiempo. Había circunstancias como la música o en su defecto, un tarareo involuntario con los labios apretados por sus dientes (como si eso llenase de más intensidad a la melodía).
Escuchaba. Le gustaba acostarse y escuchar sin audífonos su entorno, porque de paso, le ayudaba a concentrarse  en otra cosa que no fueran todos esos pensamientos tristes que le impedían sonreír todo el tiempo.
Es un misterio eso de qué tanto escribió. Dicen que algunas cosas se perdieron con el tiempo y el olvido que les pasó factura. Otros, aseguran que ella perdió intencionalmente algunas cosas y maximizó otras. Pero al fin y al cabo, siempre tenía una libreta por aquello de los textos sin sentido a cualquier hora del día y en cualquier pedazo de su vida. Y así, escribir era su pasión, su necesidad, su escape. Su todo.