mayo 03, 2014

Mini historias 3.5

Le costó trabajo retomar todas las piezas. De hecho, el trabajo comenzó desde entender qué significaban esos recuerdos espontáneos que se le venían a la mente en los momentos en que necesitaba de más concentración.

Miles de ideas entremezcladas. Una nueva curva en el camino, la sola idea de escribir nuevamente para decirle entre líneas que..., junto a la lista de cosas que sacar y el detalle de la lista del supermercado y la dulzura de unos ojos que titilan cuando miran con ilusión las cosas más sencillas, y las personas con las que debía hablar y las frases que buscaban un lugar en el discurso tartamudo que proclamaba frente a una multitud de sillas vacías.

Amalia se sentó por un momento, había que detenerse. Al fijar la imagen deseada en su cerebro, no pudo evitar llevarse las manos al cabello (como hacía siempre que estaba inquieta) y luego bajarlas para apoyar entre ambas su cabeza, llena de confusión.

La idea de un vaivén, un sube y baja constante no le era fácil. Bajaba más rápido de lo que subía en su escala emocional, lo cual le causaba no pocos problemas y caras molestas por parte de quienes le rodeaban. Pero sobre todo, la incomodidad de saber que había cosas que cambiar. Y ya.

Decidida (según su versión), levantó la cabeza y miró al frente. Prometía no detenerse, pero hacía pausas constantes. Prometió no hablar, pero no hubo día en el que no le expresara con todo su ser, lo mucho que... Prometió apartarse, pero parecía aferrarse a un ancla. Prometió que no dejaría crecer la cantidad de ideas descabelladas que se le ocurrían, pero siempre se le salen de la cabeza por las orejas, desbordándose por su hombro y traduciéndose en las canciones que tararea cada tarde con los ojos cerrados, desde cualquier lugar en el que se encuentre.

Era, tan solo, el ansia, las ganas, el deseo de ver su sonrisa de nuevo.