octubre 15, 2016

La incomodidad

La incomodidad, la mirada que se pierde sin saber adónde colocarse, el calor repentino, la ventilación con la palma de la mano que suda sin necesidad del sol. Las palabras que se desordenan ya de forma natural, ya de forma manipulada en los cinco segundos que preceden al suceso inesperado.

Las sonrisas que se logran articular, los buenos deseos que persisten, las felicitaciones carentes del mismo entusiasmo de antes, los saludos protocolarios de gente educada, la incomodidad de los espectadores que, aunque no lo sepan, probablemente se aflojen las corbatas por lo difícil que resulta respirar en ese ambiente tan cargado y que antes eran invisibles, aunque se contaran por cientos alrededor de ese espacio.

Las preguntas socialmente aceptadas, el intercambio y el cruce de los ojos que osan ver fijamente y al sentirse descubiertos, se desvían, como queriendo fingir que su dueño se ha quedado ciego de repente; las felicitaciones vacías ya de emociones pasadas, la forzosa, agobiante necesidad de huir, porque regresar ya no es una opción. La despedida luego de los cinco minutos más cortos de la vida. Sí, cortos, porque a pesar de todo, se sigue queriendo (como un masoquista) estar incómodo y ahí parado, pensando que las cosas no son como uno las recuerda y son mas bien, como las escribió.


Y luego, cuando se ha puesto un pie fuera de esa dimensión paralela en la que la vida nos pone, se escribe y se acusa la improvisación y la levedad de los pasos que llevaron los hechos a este punto. Se saca el expediente con las pruebas y se enumeran una a una las acusaciones:

Y es así como se culpa a su mirada, su presencia.

Con el agravante de su sonrisa y sus ojos brillantes.

El banquillo de los acusados recibe al causante de estremecer mundos, de darle vuelta a los planes perfectamente arreglados. De desordenar las ideas, de enredarlo a uno con sus pensamientos.

De hacerme pelear con mis precauciones, con mis medidas de control.

Se acusa la inacción, la predilección por la inercia como forma de vida. Por irse, por no quedarse, por motivar que se quiera más de lo que se cree y de lo que se debería, pero siempre un poco menos que mañana, cuando se levanta fortalecido el corazón y se siente ese poder extraño de sobreponerse y vivir como quisiera uno recordarlo en los últimos segundos de consciencia.

Se acusa la descuidada labor de exprimir a cuentagotas las esperanzas que quedan luego de todo. Se hacen señalamientos a la falta de olvido, que es la causa del efecto de olvidar que uno quiere olvidar. Que se obliga diariamente a hacerlo.

Y que sea el causante de que entonces Amalia levante todas las piezas de nuevo, porque el mundo sigue su curso y ella debe volver a comenzar a armar el camino.

P.D.: Se decide dividir la culpa en porciones equitativas y como nadie se hace cargo, se le atribuye todo a Murphy.

octubre 08, 2016

Micro pensamientos

(Dícese de las cosas que a Amalia se le vienen como pequeños chispazos espontáneos, pero certeros).

Abrir el corazón es todo un espectáculo. Hay que mantener el interés del espectador hasta el final, hasta que llegue a revelarse la parte más sincera de todo lo que uno siente.

Hay cosas que no pueden explicarse con total certeza. Una, es la creación del universo; la otra, es la extraña sensación que me causa su sonrisa.

Abrir el corazón, ahora que lo pienso, es también un espectáculo de alto riesgo. Mientras ejecuta su liberación en la cuerda floja, el más mínimo viento en contra puede desconcentrarlo y hacerlo caer.

Existen dilemas más duros que el "hubiera". Por ejemplo, el "lo hice, me lancé. Y me raspé". O viceversa.

Abrir el corazón, dicen, es de valientes. A mí me pasó en un arrebato y no lo recomiendo, porque los impulsos en estos casos, no son la mejor opción.

Quisiera hacerle entender lo confundida que estoy. Y que al menos, comprendiera que una sonrisa suya puede aliviar las dudas y dejarme pensar con claridad.

Y abrir el corazón es lo que hice con él, es lo que he hecho con todos. Con la clara excepción que él parece no darse cuenta.

Excusas: Dícese del conjunto de palabras que constituyen un escape a la realidad, una justificación para las acciones incomprendidas que se hacen porque se quiere. Aunque no se deba.