agosto 20, 2017

Segunda vez

Amalia no era fanática del dos, ni de sus derivaciones en segundo, secundario y binario. Lo conocía bien, las dos veces que la habían seleccionado segundo lugar en la escuela, la ocasión en que estuvo a punto de ganar un certamen, de no ser porque fue la segunda mejor. Creía que las segundas posiciones, los segundos lugares, las segundas elecciones no eran tan prestigiosas/honrosas/placenteras como la primera. ¿Cómo discutir la magia de un primer beso, la intensidad de un primer (y no segundo) amor o la felicidad de saberse la primera opción? No había forma.

Su anti secundidad (si no existía el término dijo que iba a proponerlo a la RAE) daba paso a sus cuestionamientos, que avalaban como dogma la idea de que las segundas oportunidades eran un paso al precipicio, pues por supuesto, secundar el dicho popular de que la vida siempre da segundas oportunidades era una contradicción en el sentido más llano de la expresión y ensegundolugar, un ejercicio de alto riesgo para la tranquilidad y para sus principios.

Y no obstante, ahí estaba. En un escenario de dos, en un (re) reconocimiento personal y binario al mismo tiempo, en el que se observaba y lo observaba como un ser aparte, pero como una división de sí misma, igual de dulce y de tierno. Igual (eso quería pensar) de sensible, tan parecido que no lo notó la primera vez que lo vio.

No había sido algo a primera vista, como el cliché manda acatar, pues apenas habían intercambiado palabras en esa ocasión. Ahora sabía algunos de sus secretos (su contraparte juraba que todos porque no guardaba ni uno) y podía decir que comenzaba a identificarse con esa sonrisa tímida y esa mirada, a veces evasiva, a veces fija, como buscando las razones del porqué no se encontraron en la primera oportunidad.

En silencio, Amalia comprendió que la primera vez fue, posiblemente, para ponerla sobreaviso acerca de los sentimientos que varios años después iban a abrirse paso, un paso tras otro y no surgir repentinamente, como había pasado en casi todas las ocasiones con sendos tropezones.

Entendió que a veces es necesario un segundo vistazo, una segunda presentación, un segundo intento porque el primero no era siempre el mejor momento. Que a lo mejor se podía superar la primera impresión con un segundo beso.

mayo 04, 2017

Mini historias 3.7

Amalia cree que los recuerdos tienen una porción del alma que les fue entregada. Y que el corazón responde a ese llamado cuando la mente los trae de vuelta, cuando el cerebro traiciona y se acuerda de un momento cronometrado y específico, con palabras selectamente escogidas por el cerebro para no sentir el mismo grado de dolor que ya sintió hace tiempo.



Parque del Amor, Miraflores, Perú

Amalia se relaciona mal con los tiempos de los recuerdos, ya sea por descuido o por simple causalidad. La cantidad de recuerdos nítidos en su mente es inversamente proporcional a la cantidad de lágrimas derramadas en los momentos que se confunden entre recuerdos y pesadillas.


Su corazón, sin embargo, se llena cada cierto tiempo de una nostalgia extraña por sus recuerdos, pues todos a la vez empujan su memoria hacia la frontera que divide su presente y su pasado. Un segundo recién pasado intenta regresar al presente y le es imposible moverse. Amalia comprende que no puede, que no debe hacerle daño.

marzo 19, 2017

El tiempo de los angelitos

Cada mañana (al menos de lunes a viernes) tengo la oportunidad de caminar un par de calles hacia mi trabajo. Y el viernes pasado fue uno de esos anormales días en los que me tomé mi tiempo y tomé consciencia realmente de lo que pasaba a mi alrededor mientras caminaba.

Ese día "llovían" angelitos en mi camino. Y no, no estoy loca, jajaja.

Para quienes no los conocen, los angelitos son las semillas de una planta llamada "cuchampel" o "cuchamper" (mi abuela se inclina por usar el primer término y la Wikipedia por el segundo). Reciben su nombre porque al desprenderse de la planta, estas semillas con núcleo café y una especie de vellos blancos livianos y suaves, vuelan impulsados por la brisa.

Me es difícil describirlos, así que mejor se los muestro:


(((Tenía tiempo queriendo escribir este texto, pero no había podido atrapar ningún angelito. Esta tarde, el de la foto llegó hasta mi cuarto. Así como cuando uno busca algo desesperadamente y de repente se da cuenta que ya lo tenía o que estaba a su lado)))

Siendo niños, muchos perseguimos los angelitos voladores. Recuerdo las cosquillas en la palma de mi mano cuando atrapaba uno de ellos mientras jugaba o iba hacia la escuela, y la emoción de dejarlo ir para que volara alto y alguien más pudiese atraparlo.

Los angelitos además me recuerdan lo bonito de esta época del año, por la brisa suave, porque ya nos hemos adaptado al nuevo año y aún tenemos mucho por delante para cumplir los propósitos de año nuevo. Algo así fue la sensación que me dejaron el viernes, mientras migraban de su origen y eran ignorados por la gente que caminaba temprano hacia sus trabajos.

No han sido meses sencillos para quien les escribe. La espiral de cambios en mi vida se aceleró desde el segundo semestre de 2016, fue uno de esos períodos en los que hay una sacudida en nuestra vida que nos cambia en distintos ámbitos.

Sin embargo, el tiempo de los angelitos que fui capaz de apreciar por unos minutos esta semana me evocó muchos momentos buenos. Me recordó que tengo muchas cosas buenas en la vida y motivos por los que agradecer y estar más consciente de mí cada día.

Los angelitos también los asocio con abril, mi mes favorito (como todos mis amigos ya saben porque se los repito cada año, jajaja). Y este abril en especial va a ser distinto a otros.

En este abril, debo aprender a soltar algunas cosas, así como dejé ir a tantos angelitos en todos estos años, porque la belleza de los angelitos, al igual que varias cosas en la vida, radica en su libertad para volar.

febrero 15, 2017

Tertulias de autobús- ($0.25)

La última moneda de $0.25 que traía hoy se la di a un pandillero.

Ocurrió en San Salvador, en un bus, a las 5 y algo de la tarde. Suele suceder que se suben a ofrecerte desde tostadas de plátano, agua helada "de a $0.15", verduras, ungüentos milagrosos y dulces. El pandillero en cuestión ofrecía dulces a los pasajeros; algunos los recibieron, otros se negaron y el resto, la mayor cantidad, simplemente lo ignoraron.

La tranquilidad de algunos se vio interrumpida cuando el joven se dirigió al frente y, levantándose la camisa, mostró su tatuaje con dos grandes números. "La onda, va, es que acabo de salir de un penal y ando intentando ganarme la vida", dijo.

Dijo que entró a la pandilla siendo un niño, por lo que carecía de un padre o una madre o una familia a quien recurrir por ayuda. Que entre los vendedores le habían regalado esa bolsa de dulces porque lo veían como "el niño". "Y aunque me vean como niño, yo estoy entrenado, va, para robar y para matar y no me tiembla el pulso", añadió.

"La onda es que varios acá me rechazaron el dulce, como hace casi todo mundo que por sentir que tienen un poco más de poder, va, a uno lo miran de menos y lo ignoran. La onda es que tengo hambre y varios me vieron de menos", dijo.

Luego de reiterar su pertenencia a su pandilla, concluyó su tertulia con los pasajeros: "Cuando pase por su asiento, me van a mostrar el dulce, va. Y el que no lo agarró se va a poner de pie y me va a enseñar si no anda un tatuaje, porque ustedes ya saben las reglas del barrio, no se ignora a un 'brother'. Y el que no ande tatuaje, me va a dar lo que yo le pida, va, porque yo ando queriendo comer. Ahí vean si se tiran por la ventana o si me muestran un arma o si se cambian de bus.

Y a los que me agarraron el dulce, son 8 por $0.25. Ayúdenme, va. Y gracias por no ignorarme".

Uno de mis familiares me ha recomendado siempre andar monedas a la mano "por si acaso", por aquello de las colaboraciones "voluntarias" de $1 en adelante y, en su opinión, "ahorrarse problemas". Y aunque efectivamente terminé con 8 dulces en mi poder, me hizo pensar en lo ambivalente de la situación, porque me asustó (no soy tan valiente, a decir verdad, y he visto tantas cosas en este país, como la gente que se mata por un parqueo, que a veces prefiero tener miedo), pero en cierta parte, tenía razón, cuando en sus palabras, nos habló del estigma con el que van marcados de por vida.

Luego del pandillero se subió un entusiasta predicador que nos habló del perdón. ¿Casualidad? A saber. Yo me comía un dulce.