septiembre 28, 2013

La maña de la ocasión

Algo así como la "fiestitis" pero enfocada en esa manía de querer estar presente. Buscar un motivo, una causa para que se detone el hecho/celebración/ "motivo para...". Suele suceder.

Y sin embargo, no suelen venir a mi mente ocurrencias lo suficientemente creíbles como para justificar mis palabras, mi emoción repentina, una noticia inesperada. La maña de crear la ocasión opaca lo lineal del tiempo que pasa entre lo ideal y lo real.

¿No les ha sucedido eso de buscar una excusa? A mí creo que se me acabaron.

A veces, hay que decirlo, esto de crear momentos sale bien. Es como si todo el universo estuviese perfectamente alineado y el tiempo y el clima y las personas... y todo, estuviese en sintonía con lo que queremos lograr.

 Algo así... Esta foto ciertamente no la planeé del todo. Pero salió a fin de cuentas

Pero como es costumbre, como es vieja práctica, no perdemos aquello de encontrar, casi en cualquier término del diccionario (de entre tantos), casi en cualquier segundo (que no es igual al anterior), una oportunidad para una nueva experiencia, para un nuevo comienzo o para un recordatorio de lo importante que es algo o alguien para nosotros.

En los últimos días he iniciado mi rehabilitación. Contempla también usar mi maña de la ocasión para expresarme más seguido de aquellas cosas para las que la rutina no deja tiempo y esperar a que sea el tiempo, el que se haga un espacio en la agenda por voluntad propia y no por influencias externas. Y esperar a que todo fluya de forma natural.

A ver cómo me va :)

septiembre 17, 2013

Seis años

A Amalia no le bastaron los dedos de una sola mano para recordar el tiempo transcurrido. Tantas horas, minutos, ocasiones y momentos en los que el cristal de su vehículo permaneció igual que aquella mañana- casi mediodía- del 17 de septiembre. Cerrado, sin una oportunidad para escapar de la prisión que constituía su otrora espacio personal, lugar especial. El medio a través del cual, había llegado hasta este punto de la vida en el que se debatía el bien y el mal y perdía el bien con cada trago de agua salada de mar.

Amalia casi no respiraba. Aún hoy, le es difícil inhalar por completo y vaciar sus pulmones para expresar sus sentimientos (los verdaderos), para decirle al mundo lo mucho que le importa que el Jean Carl que conoció y sus duplicados se hayan ido. O se los hayan llevado.

Amalia no cree que hayan pasado ya seis años desde aquella madrugada gloriosa en la que un súbito momento de inspiración le mantuvo despierta toda una noche, mientras llorando, escribía esa última parte de la historia que debía salir de su desbordado corazón. Y que, cuando culminó, imprimió en papel normal hasta terminar y abrazarlo como si fuese su legado en estas cosas del sentir.

Sigue sin saber de protocolos, pero al menos hoy, sabe que los hay. Amalia cree que el duelo ha sido suficiente, que tiene en alguna parte del tiempo y el espacio, un lugar que debe ocupar y para el cual, debe estar lista.

Que para ello, como en una mudanza, debe vaciar todo lo malo y lo triste y lo destructivo. No se sirve el mejor vino tinto en un desechable, se repite, como parafraseando aquel texto de la Biblia.

Y que luego de vaciarlo, habrá espacio y luz. Y siendo creyente de las vibras y las auras y lo poderosa que es la mente para atraer sonrisas, la limpieza, el orden, la paz... son requisitos necesarios, ineludibles. Urgentes.

Seis años le bastan para tomar nuevamente las llaves y, en lugar de conmemorar otro aniversario de hacer lo mismo y esperar resultados distintos (véase Einstein), estar consciente de que el camino no es divertido sin los giros y las curvas y los derrumbes que habrá que esquivar como en los videojuegos. Y que es precisamente lo necesario para no morir lentamente, como lo ha hecho todos los días desde hace seis años.