febrero 15, 2017

Tertulias de autobús- ($0.25)

La última moneda de $0.25 que traía hoy se la di a un pandillero.

Ocurrió en San Salvador, en un bus, a las 5 y algo de la tarde. Suele suceder que se suben a ofrecerte desde tostadas de plátano, agua helada "de a $0.15", verduras, ungüentos milagrosos y dulces. El pandillero en cuestión ofrecía dulces a los pasajeros; algunos los recibieron, otros se negaron y el resto, la mayor cantidad, simplemente lo ignoraron.

La tranquilidad de algunos se vio interrumpida cuando el joven se dirigió al frente y, levantándose la camisa, mostró su tatuaje con dos grandes números. "La onda, va, es que acabo de salir de un penal y ando intentando ganarme la vida", dijo.

Dijo que entró a la pandilla siendo un niño, por lo que carecía de un padre o una madre o una familia a quien recurrir por ayuda. Que entre los vendedores le habían regalado esa bolsa de dulces porque lo veían como "el niño". "Y aunque me vean como niño, yo estoy entrenado, va, para robar y para matar y no me tiembla el pulso", añadió.

"La onda es que varios acá me rechazaron el dulce, como hace casi todo mundo que por sentir que tienen un poco más de poder, va, a uno lo miran de menos y lo ignoran. La onda es que tengo hambre y varios me vieron de menos", dijo.

Luego de reiterar su pertenencia a su pandilla, concluyó su tertulia con los pasajeros: "Cuando pase por su asiento, me van a mostrar el dulce, va. Y el que no lo agarró se va a poner de pie y me va a enseñar si no anda un tatuaje, porque ustedes ya saben las reglas del barrio, no se ignora a un 'brother'. Y el que no ande tatuaje, me va a dar lo que yo le pida, va, porque yo ando queriendo comer. Ahí vean si se tiran por la ventana o si me muestran un arma o si se cambian de bus.

Y a los que me agarraron el dulce, son 8 por $0.25. Ayúdenme, va. Y gracias por no ignorarme".

Uno de mis familiares me ha recomendado siempre andar monedas a la mano "por si acaso", por aquello de las colaboraciones "voluntarias" de $1 en adelante y, en su opinión, "ahorrarse problemas". Y aunque efectivamente terminé con 8 dulces en mi poder, me hizo pensar en lo ambivalente de la situación, porque me asustó (no soy tan valiente, a decir verdad, y he visto tantas cosas en este país, como la gente que se mata por un parqueo, que a veces prefiero tener miedo), pero en cierta parte, tenía razón, cuando en sus palabras, nos habló del estigma con el que van marcados de por vida.

Luego del pandillero se subió un entusiasta predicador que nos habló del perdón. ¿Casualidad? A saber. Yo me comía un dulce.