diciembre 08, 2016

Cancionero




Una canción me trajo hasta aquí, como dice Drexler. A esta historia.


"Fui dejando versos detrás, renglón a renglón"

Hay canciones que marcan etapas, aunque quizá esté de más decirlo porque a todos en algún momento de la vida nos pasó.

Además de lo que expresa la letra de una canción en sí, existe una carga de significados adicionales por la combinación de la persona que nos dedicó esa canción (o nos la presentó), el momento en el que llegó, las circunstancias en las que esa melodía sonó y los sentimientos que teníamos hacia esa persona que asoció una canción con nosotros (algo que no hacemos con casi nadie, o al menos ese es mi caso).




Bajo estos supuestos, las canciones pueden ser bellos o feos recuerdos para cada uno. Pero al final son canciones y deberían trascender a las personas, o al menos eso es lo que pensaba hoy mientras regresaba a casa.



¿Han escuchado "Here comes the sun", de The Beatles? Uno de los éxitos más conocidos de esta banda.

Y la canción que alguien eligió para mí.

"El universo es tan grande como tu fé"

Llevaba una dedicatoria cuando me dijeron que era para mí: "Sos como un sol saliente después de un buen tiempo de soledad". Así. Me conmovió hasta sonrojarme y sacarme una de esas sonrisotas que te calientan las mejillas y hacen que la sangre fluya más y más rápido.


Hay pocas sensaciones más bonitas que esa. Y todo es bonito hasta que se acaba.

Las circunstancias hicieron que esa persona y yo nos distanciáramos. Hoy en día ya ni siquiera nos hablamos, por lo que esa canción era como limón en la herida, no podía escucharla, porque dolía (algunos que me conocen lo saben bien porque se los dije vaaarias veces).

Pero como dice Silvio, qué maneras más curiosas de recordar tiene uno.
 




Una niña que iba frente a mí hoy en el microbús en el que venía a casa cantaba. Cantaba suave, había que prestar atención para escucharla.

Y entonces me sentí confortada al escuchar su alegre estribillo, acompañado de un movimiento rítmico de su cabeza:





(((No es la original, pero no la hallé en YouTube. Para los que tienen Spotify: https://open.spotify.com/track/45yEy5WJywhJ3sDI28ajTm)))


"Little darling, the smiles returning to the faces... Little darling, it seems like years since it's been here"

¿Casualidad? No lo sé, pero no lo creo. Soy más de las que tiende a verle un poco de magia a las cosas con ayuda divina de por medio. Y una buena escuela bilingüe, of course, jajaja.

Y de paso, recuperé mi esperanza en que nuestra niñez todavía podrá escuchar y maravillarse con las joyas que muchos autores le han heredado a la música.

Supongo que debo perderle el miedo a escucharla, porque al final de todo, cada día, sigue saliendo el sol.

octubre 15, 2016

La incomodidad

La incomodidad, la mirada que se pierde sin saber adónde colocarse, el calor repentino, la ventilación con la palma de la mano que suda sin necesidad del sol. Las palabras que se desordenan ya de forma natural, ya de forma manipulada en los cinco segundos que preceden al suceso inesperado.

Las sonrisas que se logran articular, los buenos deseos que persisten, las felicitaciones carentes del mismo entusiasmo de antes, los saludos protocolarios de gente educada, la incomodidad de los espectadores que, aunque no lo sepan, probablemente se aflojen las corbatas por lo difícil que resulta respirar en ese ambiente tan cargado y que antes eran invisibles, aunque se contaran por cientos alrededor de ese espacio.

Las preguntas socialmente aceptadas, el intercambio y el cruce de los ojos que osan ver fijamente y al sentirse descubiertos, se desvían, como queriendo fingir que su dueño se ha quedado ciego de repente; las felicitaciones vacías ya de emociones pasadas, la forzosa, agobiante necesidad de huir, porque regresar ya no es una opción. La despedida luego de los cinco minutos más cortos de la vida. Sí, cortos, porque a pesar de todo, se sigue queriendo (como un masoquista) estar incómodo y ahí parado, pensando que las cosas no son como uno las recuerda y son mas bien, como las escribió.


Y luego, cuando se ha puesto un pie fuera de esa dimensión paralela en la que la vida nos pone, se escribe y se acusa la improvisación y la levedad de los pasos que llevaron los hechos a este punto. Se saca el expediente con las pruebas y se enumeran una a una las acusaciones:

Y es así como se culpa a su mirada, su presencia.

Con el agravante de su sonrisa y sus ojos brillantes.

El banquillo de los acusados recibe al causante de estremecer mundos, de darle vuelta a los planes perfectamente arreglados. De desordenar las ideas, de enredarlo a uno con sus pensamientos.

De hacerme pelear con mis precauciones, con mis medidas de control.

Se acusa la inacción, la predilección por la inercia como forma de vida. Por irse, por no quedarse, por motivar que se quiera más de lo que se cree y de lo que se debería, pero siempre un poco menos que mañana, cuando se levanta fortalecido el corazón y se siente ese poder extraño de sobreponerse y vivir como quisiera uno recordarlo en los últimos segundos de consciencia.

Se acusa la descuidada labor de exprimir a cuentagotas las esperanzas que quedan luego de todo. Se hacen señalamientos a la falta de olvido, que es la causa del efecto de olvidar que uno quiere olvidar. Que se obliga diariamente a hacerlo.

Y que sea el causante de que entonces Amalia levante todas las piezas de nuevo, porque el mundo sigue su curso y ella debe volver a comenzar a armar el camino.

P.D.: Se decide dividir la culpa en porciones equitativas y como nadie se hace cargo, se le atribuye todo a Murphy.

octubre 08, 2016

Micro pensamientos

(Dícese de las cosas que a Amalia se le vienen como pequeños chispazos espontáneos, pero certeros).

Abrir el corazón es todo un espectáculo. Hay que mantener el interés del espectador hasta el final, hasta que llegue a revelarse la parte más sincera de todo lo que uno siente.

Hay cosas que no pueden explicarse con total certeza. Una, es la creación del universo; la otra, es la extraña sensación que me causa su sonrisa.

Abrir el corazón, ahora que lo pienso, es también un espectáculo de alto riesgo. Mientras ejecuta su liberación en la cuerda floja, el más mínimo viento en contra puede desconcentrarlo y hacerlo caer.

Existen dilemas más duros que el "hubiera". Por ejemplo, el "lo hice, me lancé. Y me raspé". O viceversa.

Abrir el corazón, dicen, es de valientes. A mí me pasó en un arrebato y no lo recomiendo, porque los impulsos en estos casos, no son la mejor opción.

Quisiera hacerle entender lo confundida que estoy. Y que al menos, comprendiera que una sonrisa suya puede aliviar las dudas y dejarme pensar con claridad.

Y abrir el corazón es lo que hice con él, es lo que he hecho con todos. Con la clara excepción que él parece no darse cuenta.

Excusas: Dícese del conjunto de palabras que constituyen un escape a la realidad, una justificación para las acciones incomprendidas que se hacen porque se quiere. Aunque no se deba.

septiembre 01, 2016

Desaprender

No es una cosa sencilla.

A veces significa regresar para desatar nudos que nos detuvieron, que nos estancaron. Casi siempre, implica apartarse del camino del confort y atreverse a conocer y hacer cosas nuevas.

Uno nunca sabe cuándo volverá a acostumbrarse a un nuevo aprendizaje. Pero hay una variante más difícil que el resto en esta línea: Desaprender un sentimiento, que no es una costumbre, que no es un aprendizaje académico. Que se siente y ni modo.

Es, por ejemplo, extraño ver una sonrisa de forma continuada, el brillo de unos ojos y luego no saber nada de esa persona.

Es extraño contar dudas, miedos, pesadillas o sueños o logros o alegrías a ciertas personas y luego saber que esas personas no están más ahí para escucharte y darte su atención o sus palabras o sus consejos.

Ni se diga de saber que uno piensa en esas personas y las extraña sabiendo que a ellos no les pasa lo mismo.

Pero al final, debe hacerse. Hay que aprender a soltar.

No obstante en el proceso, como dice Alex, take it easy. Y así.



junio 20, 2016

Rodar

Ayer, después de muchos meses, soñé nuevamente con una de mis experiencias durante mi viaje a Nicaragua. Fue en el segundo día de viaje, cuando se me ocurrió que podría hacer sandboarding en Cerro Negro, León.
A ese viaje había llevado mucho peso emocional y pretendía soltarlo en mis diez días allá (era mi primer viaje sola). Quería conocer y distraerme de lo que me esperaba acá; no soy una mujer extrema, el único deporte que practiqué en mi niñez, y muy poco, fue el baloncesto.
Y ahí fui, subiendo Cerro Negro con una tabla a mis espaldas (literalmente), deteniéndome por momentos para tomar aire y descansar, pero decidida a terminar lo que había comenzado, porque pensé que eso demostraría lo ruda o lo valiente o lo genial que era.
Llegar a la cima fue un logro enorme para mí que llevo una vida sedentaria. Solté la tabla y respiré libertad momentánea, pensé en que les diría a todos (?) que lo había logrado.
 (((La prueba de que sí subí. El gustazo de la foto, antes del trancazo del zopapo, jaja)))

Me uniformé y escuché las instrucciones, me pregunté si en realidad debería hacerlo, pero llegado mi turno, lo hice. Y ahí iba, haciendo sandboarding.
Lo único que recuerdo después era el dolor de las piedras que rozaban mi cara, mis lentes destrozados, el dolor de brazos y piernas al ir rodando volcán abajo y la sensación o el pensamiento que todo acabaría ahí y que quería que parara, aunque no opusiese resistencia para ello.
Fue entonces cuando al fin me detuve.
No podía abrir los ojos por los lentes que, fuera de su aro, presionaban mis párpados. La cara, que boca arriba recibía todo el sol, me ardía, todo el cuerpo dolía pero podía moverme y escuchaba un montón de voces que en un inglés compasivo, preguntaban si estaba bien. Un zapato extraviado apareció y logré distinguir muchas manos extendidas para levantarme. Era una mezcla de dolor y de vergüenza, pero sobre todo, de desconcierto: ¿qué había pasado?.
-Usted soltó las riendas de su tabla- me dijo el guía, también desconcertado, mientras limpiaba mi rostro con cuidado. Me explicó que iba bien, pero en un reflejo extraño, solté las cuerdas que me daban dirección, velocidad y eran mi freno en aquel momento, en ese improvisado trineo de arena.
Llegué a mi hostal sin gafas, con la cara llena de raspones y con ganas de llorar. Me encerré en mi cuarto efectivamente a ello, hasta que una voz llamó. Era la cocinera del hostal que llevaba compresas para mis heridas y que me consolaba diciendo que ya todo había pasado.
Esa mujer sin conocerme, me atendió, me curó, me llevó por todo León para buscar en alguna óptica, un repuesto de mis lentes. Me dijo que si a su hija le hubiese pasado algo igual, hubiese querido que alguien le ayudase. Sentí como mi corazón, que había llegado sumamente lastimado a ese viaje, comenzaba a sentirse aliviado, con un poco de paz.
La historia tiene muchos más detalles, pero lo que importa son las cosas que aprendí y que había olvidado hasta ayer: Lo primero, y más obvio, era que no tenía nada que demostrarle a nadie, no había necesidad de exponerme para generar una reacción. No lo valía.
Y sobre todo, aprendí a levantarme y salir al mundo sin importar el tamaño de mis cicatrices. Recuerdo las miradas inquisitivas de la gente en cuanto veían los raspones en mi rostro, pero una vez que aprendí a vivir con eso, seguí mi viaje conociendo gente maravillosa que veían más allá de la persona con raspones. Antes de regresar, las heridas curaron.

((((Los atardeceres en San Juan del Sur son sencillamente hermosos.))))

Sigo sin ser inmune al dolor. Sigo con el corazón lastimado por muchas cosas, una de ellas muy reciente. A veces creo que sigo rodando sin oponer resistencia, quizá con la esperanza que un día me detendré y dolerá, pero siempre estaré en condiciones de levantarme. 
Y levantándome cada vez de mejor forma.
Por eso también pienso que hay que viajar más, porque hay experiencias que solo se viven así y que te dejan una marca. Ojalá positiva, una suerte de señal, como dice Fito:


mayo 02, 2016

Palabra

Buscó dentro de cada libro y diccionario que componía su pequeña biblioteca, y aún así, claudicó en su intento por encontrar la palabra perfecta para describirlo.

Quería contar lo perfecto de ese lugar para estar, sin demasiado calor y frío. La banca de madera que los recibió en cada extremo y que, poco a poco, recibió el mayor peso al centro, cuando producto del tiempo y de un magneto invisible, la atracción hizo su trabajo.


No encontró las palabras para describir el brillo, las miradas, la danza de los silfos con las hojas que se llevaban la tierra y las últimas dudas que aún los separaban. Y luego, ese abrazo tan pleno, ese que le recordó lo bien que se puede estar fuera del hogar.


La suavidad, la humedad y la pasión de esos labios no tenían un apelativo satisfactorio, pensó. Al recordarlo, ya como sueño, ya como realidad, se ruborizaba y reía inquietamente. Bajo la mesa o alrededor de ella, volaban una tras otra las páginas que no lograban captar a cabalidad, la dimensión de los recuerdos de aquella tarde. 


Pasaron los minutos y los días y, obligada por la fuerza de una voz interna que le pedía a gritos expresarlo, Amalia comenzó a escribir (a teclear, en realidad, porque no había papel disponible cuando las palabras lograban escaparse, una a una y de no hacerlo, se habrían perdido).

Para lograr plasmarlo, dibujó cientos de veces en el aire aquellos labios. Cerró los ojos y recordó cada segundo del recorrido decidido soberanamente por aquella boca, aunque a veces se confundía con los tiempos y la intensidad y comenzaba su trabajo de nuevo para ser lo más exacta posible. La música y los suspiros se intercalaban, acompañándole en la gran cruzada por entender lo que sentía cuando sus ojos la veían y todos los habitantes de sus ojos, estremecidos, le sonreían de vuelta.

Y cuando creyó por fin capturar la esencia de aquel momento, él la abrazó por detrás y le dio otro beso en el alma. Ella modificó su recuerdo. Tuvo que comenzar a buscar de nuevo.

marzo 24, 2016

Luz

La luz titilante atraía su atención por ese lapso de luz y aparente oscuridad que se alternaban frente a ella con uno y otro parpadeo. Brillaba de día y de noche, la luz se hacía visible aún en los sueños más profundos de Amalia, donde nadie tenía acceso, pero donde la luz se había filtrado silenciosa y rápida por los rincones hasta llenar cada hueco. Había llegado antes que las palabras.
-Toda la luz se concentró en sus ojos- pensó Amalia. -Y ahora que la luciérnaga quisiera fundirse con ella para brillar juntos, no sabe cómo llegar.
En aquel sueño, la luz y la oscuridad eran parte del dilema. Amalia observaba como el haz de luz de esa mirada se reflejaba en otros objetos y se refractaba a su antojo, con constantes cambios de velocidad y dirección y se turnaba entre el cielo y la tierra, más hacia el cielo que a la tierra.
-A veces-prosiguió- es bueno blindarse para defenderse del brillo que el sol emana. Solo al tener la mezcla exacta de luz y humedad y condiciones, es posible ver un arcoiris.
Y así fue. Las lágrimas fueron atravesadas por el haz de luz para formar un arco de siete colores, pero al final de ese camino no había oro ni riquezas, solo una luciérnaga que luego de mucho volar, llegaba finalmente al corazón de esa luz. Para entrar, cerró los ojos.

PD: Les dejo "par mil" de Divididos. Luz, luz, luz del alma. :)