Su anti secundidad (si no existía el término dijo que iba a proponerlo a la RAE) daba paso a sus cuestionamientos, que avalaban como dogma la idea de que las segundas oportunidades eran un paso al precipicio, pues por supuesto, secundar el dicho popular de que la vida siempre da segundas oportunidades era una contradicción en el sentido más llano de la expresión y
Y no obstante, ahí estaba. En un escenario de dos, en un (re) reconocimiento personal y binario al mismo tiempo, en el que se observaba y lo observaba como un ser aparte, pero como una división de sí misma, igual de dulce y de tierno. Igual (eso quería pensar) de sensible, tan parecido que no lo notó la primera vez que lo vio.
No había sido algo a primera vista, como el cliché manda acatar, pues apenas habían intercambiado palabras en esa ocasión. Ahora sabía algunos de sus secretos (su contraparte juraba que todos porque no guardaba ni uno) y podía decir que comenzaba a identificarse con esa sonrisa tímida y esa mirada, a veces evasiva, a veces fija, como buscando las razones del porqué no se encontraron en la primera oportunidad.
En silencio, Amalia comprendió que la primera vez fue, posiblemente, para ponerla sobreaviso acerca de los sentimientos que varios años después iban a abrirse paso, un paso tras otro y no surgir repentinamente, como había pasado en casi todas las ocasiones con sendos tropezones.
Entendió que a veces es necesario un segundo vistazo, una segunda presentación, un segundo intento porque el primero no era siempre el mejor momento. Que a lo mejor se podía superar la primera impresión con un segundo beso.
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