Cuando olvido por qué pelear (en el buen sentido) recuerdo a la persona que me enseñó que en la vida hay que ser como un gato panza arriba, sin dejarte vencer de todo aquello que la vida te va a lanzar inevitablemente.
Recuerdo también su invitación a ser cada día mejor o, por lo menos, a tratar de serlo. Recuerdo sus ánimos y a veces sus regaños por no agradecer por las cosas que solemos dar por sentadas.
Recuerdo sus carcajadas sonoras y también su voz firme cuando así se necesitaba. Tuve la fortuna de ver y vivir sus altos y bajos y aprender, como dice el Cuarteto de Nos, que nada es gratis (ni fácil) en la vida. Sobre todo las cosas, los eventos, la vida y las personas que más valen.
A veces he tenido el miedo, la sensación repentina de que ya no recuerdo bien su rostro. Pero solo basta ver algunas de nuestras (pocas, lo confieso) fotos, para evocar momentos y recordarlo en sus mejores épocas. Esas que prefiero recordar antes que todo lo que pasaría fuese escalando en intensidad y emociones que aún duelen (siempre van a doler).
Desde hace casi tres años, mi papá ya no está conmigo. Sin embargo, soy capaz de percibirlo en todas partes y contarle lo que estoy haciendo y lo que sigo logrando. Y aunque quisiera celebrarlo con él en este plano físico, sé que desde alguna parte, lo hace. Sucede que ambos fuimos siempre muy místicos.
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