Amalia tiene una relación complicada con el futuro (como todos) porque es una de las cosas fuera de su control.
Aunque siempre trata de anticiparse a los escenarios potenciales, siempre hay una posibilidad que se escapa de sus elaborados planes y termina por imponerse como realidad. Es entonces cuando pasa por todas las fases del duelo, por la entonces muerte de su seguridad y el resurgir de su espíritu de supervivencia.
Lejos de poder olvidar los eventos pasados y sortear las dificultades del presente, en el futuro hay un campo abierto para que las cosas sucedan. Pero aunque es así, Amalia sabe que deben existir condiciones preexistentes y cuando es bien sabido que no las hay, se lamenta porque sabe de antemano en qué resultará ese futuro. Un futuro que no le gusta, que no quiere.
Y aún sin saber bien cómo tratar con él, arroja a ese vórtice inmenso todo lo que no quiere ahora: La tristeza, las tareas pendientes, los proyectos, algunas esperanzas y muchos planes que han quedado en el limbo por diferentes circunstancias. Sabe que llegará el momento en que deba sacarlos de ahí y afrontarlos, pero mientras llega, prefiere retenerlos con la incertidumbre de si genuinamente llegará a estar presente ese día en ese escenario futuro.
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