Pienso en no hacer nada y en realidad, lo estoy haciendo todo. Tratar de entenderme, de ensimismarme, porque siempre ha sido más fácil estar resguardada para evitar las molestias que acarrea el cambio y la incertidumbre.
Pero ya no puedo seguirme escondiendo. La incomodidad de esta situación me está empujando hacia la salida y no hay asidero para detenerme, ni un lugar en el cual resguardarme mientras todo pasa.
Sé que hay un punto en el que ya no voy a bajar más, en el que tocaré el suelo finalmente y podré estabilizarme. Sin embargo, siento que aunque sigo bajando, nunca llego al final de esta ruta que inició sin saber bien cómo ni cuándo.
Las voces en mi cabeza dicen que esto apenas está iniciando, que hay muchas más ideas que van a rondar, que van a amenazar con quedarse y hacer un ruido ensordecedor. Prefiero no escucharlas, ya es suficiente con todos los sonidos a mi alrededor, esos que me quitan la tranquilidad y me despiertan a mitad de la madrugada para escucharlos.
Nunca aprendí a nadar y apenas puedo respirar bajo el agua. Y es necesario, porque me sigo hundiendo cada vez más.
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