Cuando se sentía abrumada y con muchas ideas para procesar, Amalia se sentaba nuevamente en las escaleras con la esperanza de obtener respuestas más rápidamente.
Esa tarde, logró apreciar el dorado del cielo cuando el sol se ocultaba, mientras la vida parecía seguir el curso “normal” en la calle, como un miércoles más (solo con un poco más de tráfico que el habitual).
Unos minutos después, se dio cuenta de que una inusual tormenta se aproximaba. Pese a sus mayores esfuerzos, sus piernas decidieron no moverse hasta ya comenzada la lluvia, pues percibían la necesidad de aquella frescura para olvidar los temas que habían ocupado su mente por demasiado tiempo.
Con las gotas de lluvia aún recorriendo su rostro, Amalia tomó una toalla y observándose en el espejo, se prometió darle una segunda oportunidad a los pensamientos intrusivos que le pedían un cambio radical, adaptado a sus metas y proyectos en el corto plazo.
La sirena de una ambulancia, sin embargo, la hizo recordar que esas decisiones debían ejecutarse en ese momento, porque a pesar de sus reiterados intentos por tener el control todo el tiempo, lo único seguro era la incertidumbre sobre el futuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario