La noche del sábado transcurría como otras tantas, sin un evento extraordinario. Recostada en el sillón, Amalia recordaba todo lo ocurrido durante aquella semana tan convulsa que hoy parecía retornar a una inusual tranquilidad.
Los pensamientos catastróficos la habían invadido mucho últimamente, al igual que las palabras que hacía tiempo no quería escuchar. Por eso, a pesar de parecer lo contrario, sabía que algunas cosas habían cambiado de manera definitiva.
La brisa de la tormenta que se aproximaba interrumpió por un momento sus pensamientos. Salió a contemplar el cielo sentada desde el balcón, mientras abría la aplicación de mensajería para mandar el ultimátum que hacía días tenía en borradores.
El teléfono, cómplice de su comodidad, no respondía tan rápidamente como ella quería. No obstante, sabía que había llegado ese momento en el que tendría que armarse de paciencia y de valor para tomar el lugar que le correspondía dentro de toda la confusión.
El sonido de bloqueo de la pantalla coincidió con la primera gota de lluvia que cayó sobre su piel. Decidió quedarse ahí mientras la lluvia se llevaba todo lo innecesario consigo, incluyendo aquel número de teléfono que había dejado de ser familiar para convertirse en parte de su lista negra.
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