Amalia miró el reloj de pared que marcaba las 8:45 de la noche. Faltaban pocos minutos para la hora límite que le había dado.
Pensó en que habría sido mejor darle más tiempo, pero luego recordó que estaba demasiado atrasado para el ritmo y el nivel al que ella llevaba las cosas.
Estaba atrapado en una especie de distracción de largo plazo. A él le impedía reaccionar (y aún peor, anticiparse) mientras que a ella le hacía sentir que todas las palabras, las oraciones, los poemas y sus mensajes en código habían sido en vano.
Ya estaba cansada de esperar otra respuesta.
Todos los escenarios posibles pasaron por su mente. Por ejemplo, el de una declaración inesperada de su parte o unas palabras que lo cambiasen todo. Pero sonrió para sí misma, como diciéndose en secreto que aún cuando lo manifestara, aquello no iba a suceder.
Los minutos parecían pasar más lentamente, mucho más que el tiempo transcurrido en su dilema. No siempre el cariño unilateral sería suficiente y lo sabía. Por eso habían llegado a este punto.
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