agosto 05, 2024

Contratos

Amalia enumeró una a una las condiciones de su contrato. Si iba a arriesgarse a tomar esa tarea, debía dejar establecidos desde el inicio aquellos puntos no negociables en el proceso a seguir para lograr el objetivo planteado.

Sin tener aún muchos puntos claros, supo que lo primero que no iba a entregar era su forma de aproximarse y convencer a las personas para sumarse a su cruzada.

Esto constituía, por supuesto, limitantes a los mecanismos que podría utilizar, pero creía firmemente que era posible encontrar maneras alternas de lograrlo sin irrespetar aquella vieja creencia de que cada persona tenía una historia que contar. Y que ella, como escritora, debía prestar su palestra para que la expusieran y la contaran en los términos que ellos así lo eligieran, sumándose (si lo deseaban) al planteamiento que ella estaba por defender.

Una segunda condición que pidió se relacionaba con la confidencialidad del rol que iba a jugar. Aunque era una tarea que había decidido asumir, no concebía “quemarse” ni poner sobreaviso a sus amigos al comprometerse públicamente con ese proyecto. Sería, mas bien, partidaria de las sutilezas en esta ocasión.

No obstante, el más importante de todos sería el tercer y último apartado inamovible de su contrato no escrito: En caso de ser descubierta, negaría una y mil veces su participación en todo. Una posición cobarde, pensó, pero era el peor de los males en caso de que todo saliera a la luz. Total, por algo había conseguido ese trato entre las sombras.

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