Ya ubicado en el punto de partida, hay que elegir la velocidad, el medio, las ideas y las provisiones para marcharse. He pensado en una velocidad prudente, a pie, llevando el peso de mis decisiones ya tomadas y aquellas que se van a resguardar en el lugar al que llegaré. Ideas no llevo, irán surgiendo conforme avance.
Veo en el horizonte la presunta meta. No sé si he comenzado a alucinar, pero trato de no verla para no permitir que, el ver tan lejos, me haga perder el foco de la flora y la fauna que está justo a mi lado en ese momento.
La consigna inicial era no detenerse, pero ya puesta en marcha he cambiado de opinión. Quiero ver los árboles y sentarme bajo su sombra. Quiero acostarme sobre la grama y sentir la humedad inmiscuirse en mi ropa hasta que caiga la noche y deba acampar. Quiero sentir el aroma de cada flor que se me atraviese y asociarla con un nuevo recuerdo. Y escribir, siempre escribir, una especie de diario de viajes en el que relate cada día lo nuevo, lo peculiar, lo ordinario y lo extraordinario de mi viaje.
También me he prometido no dar vuelta atrás, pero cinco pasos más adelante he regresado por temor a olvidar algo. Y me pregunto si desde el principio no debí dar el primer paso.
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