Aquí estoy. No tengo experiencia, pero estoy lentamente cavando un agujero. Hasta ahora, su profundidad es el equivalente a la distancia entre las plantas de mis pies y mis rodillas, pero temo que se convierta en un espacio lo suficientemente grande como para meterme en él y esconderme de todo y de todos.
La tierra cae desordenadamente a los lados mientras trato de buscar el lugar donde almacenarla. Estoy llorando y no me había percatado hasta que las lágrimas nublan mi visión y me hacen respirar de forma acelerada y sin control.
Pienso en muchas cosas que quiero enterrar en ese espacio y en muchas otras que quiero hacer al terminar este trabajo. Veo al cielo y me percato que debo apresurar el paso, pues a lo lejos se percibe la amenaza de una tormenta que va a reducir el calor, pero va a terminar con mi trabajo inconcluso (y no de la manera que espero).
No sé decir genuinamente qué sucede. Pareciera que ya no hay remedio y estoy destinada a seguir cavando, pues la profundidad no incrementa, ni todo deja de girar, ni estoy ganando experiencia, ni dejo de llorar y respirar aceleradamente mientras llueve con sol. Y quiero gritar, pero no me sale más que un lamento suave, uno que no es suficiente para que alguien me saque de aquí.
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