Hizo una inspección visual iniciando en el rostro y descubrió el primer lunar cerca de su mirada, finalizando una de esas cejas que se fruncían cuando se enojaba.
Quiso constatar que no se trataba de una pista falsa y fue así como, poco a poco, bajó con su dedo pasando por el pómulo y la comisura de sus labios hasta el cuello. Uno, dos, tres lunares más se sumaron al conteo regresivo que amenazaba con llegar a cero en el momento menos esperado.
Luego de la respectiva autorización, pasó la mirada por el escote y detectó un quinto elemento en la parte alta de su pecho. Destacaba entre el resto de su piel clara, que para entonces mostraba los primeros signos de claro nerviosismo.
Para evadir lo que sabía que seguiría por esa ruta, decidió pedirle las manos y, aprovechando la ausencia de mangas, encontró el territorio preferido de los melanocitos para hacerse de un hogar que resistía los embates del tiempo y el espacio.
Los recorría de arriba a abajo, iniciando desde los hombros y las marcas de vacunas, pasando por los codos, hasta llegar a las muñecas y las manos que respondían en positivo a la dinámica que se iba creando en vivo. Se trataba casi de un camino que, al igual que en aquellas pláticas y sueños compartidos, apuntaba siempre hacia el sur.
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