Observó la copa con peculiar atención. A través del reflejo distorsionado del rosé, vio como sus dedos se deslizaban buscando el lugar “correcto” para posarse.
Reconoció aquella sensación extraña que hacía unas semanas la embargaba desde la garganta hasta el estómago por largo rato. Era algo que solo dejaba de sentir al cerrar los ojos y respirar profundamente, conectándose consigo misma y recordándose una vez más que todo estaría bien.
Tomando un sorbo más, salió al balcón y observó las pocas luces que se distinguían a lo lejos. Las nubes y la neblina dificultaban la vista, pero aquello que buscaba no era algo que dependía de sus sentidos. Podía encontrarlo en cualquier lugar, por lejos que estuviera, y a cualquier hora, mientras el resto de la ciudad dormía.
Sin percatarse de ello, la copa estaba por resbalarse de sus manos. Sujetándola con fuerza, Amalia suspiró y decidió que al menos por esa noche, se dejaría llevar por aquella sensación. Quería saber hasta dónde podría llevarla.
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