Es como verte al espejo y encontrar un nuevo lunar, una nueva marca que va a estar con vos desde ese momento en adelante. Podés tratar de no verla, pero siempre va a estar ahí.
Es como estar a la orilla del mar, sabiendo que viene una ola inminente a mojarte los pies, pero decidís no quitarte los zapatos. Y cuando se mojan, te enojás, aunque sabías que eso iba a pasar inevitablemente.
Es tener todo un escenario preparado y en el momento clave, que todo se venga abajo y te toque improvisar sobre la marcha. No es lo que querés, pero es lo que te queda para seguir y presentarle al mundo eso que tenés guardado dentro.
Es tropezar justo antes de la línea de llegada, habiendo intentado disfrutar del trayecto (como suelen recomendar los expertos en la vida). Te queda lo recorrido, pero no podés evitar frustrarte porque una vez más te quedaste en el “casi”, a pesar de dar todo de vos.
Pero al final, y habiendo hecho el recuento de los daños, es siempre una lección que te prepara para que, la próxima vez que se presente la oportunidad, no evités verla, no te enojés y aceptés lo que llegue, pero sobre todo, que no te guardés nunca lo que está destinado a ser escuchado/leído por otra persona. Nunca sabés si eso va a cambiarle el día (o la vida).
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