Pero aunque no lo fuera, lo parecía bastante. El ambiente, por lo general, acompañaba ese estado de ánimo que le causaba: Brillante, con un cielo totalmente despejado o nublado por completo, dependiendo la hora, la ocasión y el lugar que los había juntado nuevamente.
Las risas eran constantes. A veces, sobre situaciones meramente triviales y otras, cuando se sorprendían pensando o viviendo experiencias similares en una química que resultaba extraña, pero conmovedora hasta los cimientos.
Amalia observó con sumo detenimiento y creyó ver que cada poro de su cuerpo reclamaba su nombre en el más absoluto silencio. Observó dentro de sus ojos una luz que iluminaba cada espacio, aún en lo más oscuro de su estado de ánimo vigente y extendió los brazos con ganas de recibir, al menos, un poco de aquel brillo que emanaba.
Había olvidado, sin embargo, aquel manto invisible que los separaba de manera inevitable, por lo que una vez más en su vida, tuvo que retroceder. Probablemente lo olvidaría y volvería a intentarlo igual, en espera de un resultado diferente.
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