Habían sido días difíciles. Al igual que aquella copa, mucho se había quebrado/roto/descosido/destrozado dentro y fuera de ella, sin la posibilidad de regenerarse o arreglarse de alguna manera. Era casi poético como ese minúsculo accidente había acompañado perfectamente al ambiente.
Pensó en lo descuidada que había sido y se reprochó a sí misma por haber permitido que, como su copa, muchas cosas se derrumbaran por no poder controlar su carácter. Nunca había sido peculiarmente paciente y mucho menos en aquellas circunstancias que la habían llevado mucho más allá de los límites hasta entonces conocidos.
Mientras se disponía a limpiar, recordó aquel artículo que había escrito sobre el kintsugi, el arte japonés de restaurar objetos de cerámica rotos y que celebra esas fracturas en lugar de intentar ocultarlas o disimularlas.
No sería, evidentemente, el caso de aquella copa, pero quizá aún habría forma de arreglarse a ella misma y aceptar que, todas aquellas heridas y fracturas que se quedarían para siempre, ahora eran una parte importante de ella.
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