Aunque no era la persona más popular y jovial del salón, nunca había sido amante de las esquinas ni de los laterales. Siempre prefería los asientos del medio hacia adelante donde creía estar en control de todo lo que sucedía a su alrededor. A veces prefería ir al frente, lista para intentar sobresalir.
No siempre era exitosa, había un cordel invisible que a veces la amarraba a su asiento, obligándole a ver pasar los hechos, las oportunidades, las personas y las ocasiones especiales.
Pero la invisibilidad de esta ocasión lo ameritaba todo, incluidos los gritos que se ahogaban por salir de ese lugar en el que parecía quedarse y hundirse lentamente mientras pataleaba.
Se detuvo. Pensó en tranquilizarse para probar si en silencio encontraba la clave para pedir ayuda.
No obstante, descubrió que el silencio era en realidad, su versión de llamado de auxilio, porque era el único lugar en el que las palabras no la alcanzarían.
Y entonces, decidió dejar de hablar.
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