Pensaba que era una etapa superada que había quedado atrás luego de muchas preguntas y una gran cantidad de batallas. Pero se equivocaba.
Mientras esperaba la jugada final de su oponente, visualizó todas las posibles salidas a esta situación: Era vencer o morir, claudicar o dar guerra hasta el último momento “como gato panza arriba”, pensaba, citando a su padre (caído en batalla hacía unos años).
Dio un paso al frente. Fuera cual fuera el resultado, estaba dispuesta a asumirlo como todo en su vida y seguir avanzando a cualquier costo.
Entonces (solo entonces), se dio cuenta que había olvidado las lecciones de sus batallas anteriores, el olor, el sabor, las sensaciones de ellas. Igual y eran inservibles.
Esta era una batalla vital, nueva respecto al resto porque el enemigo estaba dentro de ella (en su mente y en su corazón), y porque sin darse cuenta dejó entrar al batallón que empezó a dar de baja todas sus defensas y armaduras.
Vio los ojos de su enemigo en el espejo. Ardían.
Era un 3 de julio.
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