Hasta el año pasado, podría considerar este día como la antesala. Pero sabés, por accidente nos enteramos que en realidad te fuiste un día como hoy hace tres años exactamente, y no el día 8, como pensamos por la fecha en la que nos notificaron de tu muerte.
No puedo pasar enfrente del lugar donde pasaste tus últimos momentos porque todavía duele. Me recuerda el haberte dejado ahí con la esperanza de que mejoraras para estar bien el día de mi boda, sin saber que tu traje iba a quedar sin usarse, que tus zapatos especiales iban a quedar (y seguir) como nuevos tres años después… que aunque se trataba de uno de los días más felices de mi vida, se tornó todo en un evento agridulce.
Recuerdo esa (presunta) antesala muy bien. Rezaba antes de dormir para que te mejoraras, sobre todo cuando me enteré del COVID. Algo se derrumbó dentro de mí en ese momento, pero la esperanza no quería morirse del todo. Me aferraba a mi fe, pensando que a pesar de todo, íbamos a superar esto. Total, aún estabas demasiado joven para morir.
Recuerdo haber recibido la llamada de parte de Tito (mi hermano mayor, para los que no tienen contexto) para avisarme lo que me temía. Ninguno podía hablar, pero nos entendimos perfectamente al momento de enlazarse la llamada… nunca me había sentido tan abandonada, a pesar de estar rodeada de mucha gente que me ofrecía su abrazo y su consuelo.
Este año he recordado muchas de nuestras conversaciones que iniciaban con un “si ves que viene la correntada, ¿qué vas a hacer? ¿Te vas a quedar para que te arrastre o te vas a apartar?”
Spoiler alert: Sigo sin apartarme el 99% de las veces.
P.D.: Para mi papá, donde quiera que esté. Siempre pienso que es acá nomás, a mi lado.
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