El día tenía una tonalidad amarilla suave: cálida, brillante pero al mismo tiempo, acogedora… como si no hubiesen novedades en el frente de la vida adulta.
Amalia suspiró y levantó la vista al frente: Los pendientes se habían acumulado en una pila de tamaño considerable que amenazaba con sucumbir en su escritorio.
Repitiéndose el viejo mantra que le enseñara su padre, el escenario se tornó celeste: Le recordó lo mucho que le gustaba ver al cielo cuando estaba claro y las nubes tomaban formas diversas sometidas al debate público de los pocos observadores que volvían la vista al cielo en aquellos días.
Los días anteriores habían tenido mucho (demasiado) de color negro: La incertidumbre, el caos y la tristeza habían dominado por demasiado tiempo y se hacía justo y necesario que la ausencia de color terminara su temporada.
No obstante, aún y cuando no era capaz de percibir y percibirse a sí misma por la falta de luz, era consciente que aquel cambio en la paleta cromática dependía, en buena parte, de su capacidad de tomar el pincel, la brocha, el rodillo o el aerógrafo con un color distinto y cambiar el panorama. Al fin y al cabo, el lienzo siempre estaba a su disposición para empezar de nuevo una vez más.
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