El día había iniciado demasiado pronto, si bien estuvo lleno de momentos fuera de su acostumbrada rutina. Amalia caminaba, hablaba con el resto, se sentaba y veía a las personas ir y venir aquella tarde, mientras la brisa fresca llegaba a ella sin irrumpir su paz.
Trataba de recordar el consejo que le habían dado un par de días atrás sobre aceptar y saber que cada uno de sus sentimientos eran válidos y merecedores de ser sentidos. Incluso aquellos que la invadían de acuerdo con la coyuntura vigente.
En ese momento, el sentimiento era una mezcla de nostalgia, cansancio y hartazgo genuino. Sentada en la grama, meditaba sobre lo efímero de las cosas verdaderamente importantes y lo necesario de estar presente para disfrutarlos.
Ahí, unos metros bajo sus pies, había muchas historias, recuerdos, personas. Unos metros más adelante, se procedía a crear un nuevo conjunto de recuerdos, que, acompañados por flores, se tornarían infinitos.
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