*La autora entra en un lapsus, advirtiendo que lo siguiente es solo una manera de ver los hechos de esta mañana*
Los alumnos respiraban tranquilidad y café con pan; mientras, quienes tenían mayor suerte, degustaban desayunos completos.
Algunos leían y otros charlaban o bromeaban, todo parecía normal. La autora leía acerca de la ruptura en la normalidad para que algo se convierta en un hecho noticioso, y precisamente íbamos a vivir el mejor ejemplo de una normalidad perdida.
De repente, me ví perdida, corriendo en medio de una multitud que también corría desorientada, huyendo de quién sabe qué. Los alumnos se doblaban y gritaban, algunos con los oídos tapados, otros con las bandejas de comida en vaivén armonioso con sus manos agitadas. El hambre no perdonaría.
Atrás quedó el interés por el dinero y el amor de sus congéneres; los novios corrieron más rápido que "sus princesas", pues importaba más salvar su vida. Es simple, el instinto de supervivencia se apoderó de la generalidad ante una amenaza desconocida en un primer momento.
Quienes cargaban sus alimentos parecieron tener que tomar la decisión de la comida o la vida... Y la suciedad posterior a la fallida alarma, daba fe de la elección de estos individuos (ésto, sumado al hecho de que, los últimos de las filas disgregadas sufrieron el impacto de comida y bebida, con suerte, en sus rostros).
Volaron tamales, chocolates, café y pan. Además de los gritos incomprensibles de la mayoría que se apuñaba y escapaba a aplastarse por el interés de ser el primero en salir.
Las encargadas del lugar no se quedaron atrás, y en palabras de un compañero, cual pingüinos en pleno Polo Norte, se aventaron de su acostumbrado puesto atrás de las vitrinas de comida, en busca de una salida ante lo inesperado: Un tambo de gas amenazaba a los presentes al tomar fuego.
Y aunque al final nada sucedió, fueron testigos dolorosos las varias carteras abandonadas en las mesas, las bebidas arrojadas al suelo, un plato quebrado, víctima de traumatismos por los cientos de pies que se activaron en la alarma, una bandeja con los restos de un desayuno.... Se lograba distinguir un huevo con ejotes desfigurado y moldeado a la medida de dos posaderas que recorrieron su ser, además de un tamal utilizado al parecer, como patineta por un desafortunado estudiante que resbaló en su desesperación.
La adrenalina alcanzó niveles distintos en cada persona. Algunos creían estar en Olimpia, en la vuelta definitiva de la carrera por el gran premio, de manera tal que a fuerza de sus brazos agitados en manera abrupta y pura voluntad en el caso de otros (véase Carlos Hernández) lograron escapar de las invisibles llamas y la silenciosa explosión que cortó la tranquilidad por algunos minutos.
Y mientras la comida voladora era observada por los curiosos y los supervivientes, nos sobrevivió la risa al recordar los gritos, la corrida, los minutos posteriores al incidente. Era un buen momento para reflexionar en cómo los comportamientos se generalizan y el pánico se hace un bien público. Y también para recoger lo olvidado, o comentar lo sucedido, porque total, solo fue el susto.
PD: También vimos la urgente necesidad que nos capaciten para saber actuar en estos casos, la necesidad de un buen extintor y bandejas con cinturones de seguridad para la comida (digo, porque esos desayunos arrojados al suelo fueron un desperdicio).
*Sale del trance*
Los alumnos respiraban tranquilidad y café con pan; mientras, quienes tenían mayor suerte, degustaban desayunos completos.
Algunos leían y otros charlaban o bromeaban, todo parecía normal. La autora leía acerca de la ruptura en la normalidad para que algo se convierta en un hecho noticioso, y precisamente íbamos a vivir el mejor ejemplo de una normalidad perdida.
De repente, me ví perdida, corriendo en medio de una multitud que también corría desorientada, huyendo de quién sabe qué. Los alumnos se doblaban y gritaban, algunos con los oídos tapados, otros con las bandejas de comida en vaivén armonioso con sus manos agitadas. El hambre no perdonaría.
Atrás quedó el interés por el dinero y el amor de sus congéneres; los novios corrieron más rápido que "sus princesas", pues importaba más salvar su vida. Es simple, el instinto de supervivencia se apoderó de la generalidad ante una amenaza desconocida en un primer momento.
Quienes cargaban sus alimentos parecieron tener que tomar la decisión de la comida o la vida... Y la suciedad posterior a la fallida alarma, daba fe de la elección de estos individuos (ésto, sumado al hecho de que, los últimos de las filas disgregadas sufrieron el impacto de comida y bebida, con suerte, en sus rostros).
Volaron tamales, chocolates, café y pan. Además de los gritos incomprensibles de la mayoría que se apuñaba y escapaba a aplastarse por el interés de ser el primero en salir.
Las encargadas del lugar no se quedaron atrás, y en palabras de un compañero, cual pingüinos en pleno Polo Norte, se aventaron de su acostumbrado puesto atrás de las vitrinas de comida, en busca de una salida ante lo inesperado: Un tambo de gas amenazaba a los presentes al tomar fuego.
Y aunque al final nada sucedió, fueron testigos dolorosos las varias carteras abandonadas en las mesas, las bebidas arrojadas al suelo, un plato quebrado, víctima de traumatismos por los cientos de pies que se activaron en la alarma, una bandeja con los restos de un desayuno.... Se lograba distinguir un huevo con ejotes desfigurado y moldeado a la medida de dos posaderas que recorrieron su ser, además de un tamal utilizado al parecer, como patineta por un desafortunado estudiante que resbaló en su desesperación.
La adrenalina alcanzó niveles distintos en cada persona. Algunos creían estar en Olimpia, en la vuelta definitiva de la carrera por el gran premio, de manera tal que a fuerza de sus brazos agitados en manera abrupta y pura voluntad en el caso de otros (véase Carlos Hernández) lograron escapar de las invisibles llamas y la silenciosa explosión que cortó la tranquilidad por algunos minutos.
Y mientras la comida voladora era observada por los curiosos y los supervivientes, nos sobrevivió la risa al recordar los gritos, la corrida, los minutos posteriores al incidente. Era un buen momento para reflexionar en cómo los comportamientos se generalizan y el pánico se hace un bien público. Y también para recoger lo olvidado, o comentar lo sucedido, porque total, solo fue el susto.
PD: También vimos la urgente necesidad que nos capaciten para saber actuar en estos casos, la necesidad de un buen extintor y bandejas con cinturones de seguridad para la comida (digo, porque esos desayunos arrojados al suelo fueron un desperdicio).
*Sale del trance*
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