mayo 04, 2011

CRÓNICA: LA MÚSICA DE TODA UNA VIDA

(30 de junio de 2010)

La casa número 108 donde convergen la Calle 25 de Abril Poniente y la Tercera Avenida Norte en San Marcos podría ser solo una vivienda más, pero es ahí donde encontramos al protagonista de nuestra historia, un señor de piel morena y amables ojos color negro, que sentado en su sofá, nos recibe con alegría mientras apaga el radio que transmite una melodía clásica. “Es de Bach” nos comenta.

Él es Alfredo González Bernabé, un músico retirado que trabajó en importantes conjuntos como la Orquesta Sinfónica Nacional de El Salvador durante 43 años, graduado con honores de la Escuela de Música “Rafael Olmedo” y reconocido entre sus amigos o en el mundo musical solamente como “Bernabé”, menciona entre risas.

Nació en San Francisco Chinameca, departamento de La Paz, un 9 de diciembre de 1926 como el segundo de cinco hermanos en el humilde hogar de Carlos González Cruz y Pilar Bernabé, quiénes le inculcaron el amor por la religión católica.

Su primer contacto con la música, recuerda, fue gracias a su familia “cuando tenía como 6 o 7 años, pues me gustaba andar con mis cuatro tíos que eran músicos bastante solicitados en las celebraciones de la iglesia, a veces me ponían a tocar el bombo o los platillos y a mí me gustaba” cuenta de manera efusiva.

Como todo niño, también disfrutó jugando fútbol con un balón forrado de calcetines, “no sabía de todo eso de arquero, delantero ni nada, solo le daba patadas a la pelota” expresa entre risas. La cancha era un terreno contiguo a la Iglesia de su pueblo natal, agrega este amante por excelencia de los frijoles y el pollo.

Después de algunos años durante los cuales se dedica a trabajar en telares, recibe la ayuda de su hermano mayor Rogelio para comenzar con sus estudios de solfeo y “un poco de saxofón”. Cinco meses más tarde, se trasladan hacia San Salvador donde don Alfredo asistiría a la Escuela de Música durante tres años con la ayuda económica de su madre.

Al momento de su graduación, fue uno de los alumnos seleccionados para una presentación en el Teatro Nacional gracias a su dedicación y es ahí donde gracias a la invitación del maestro y director Alejandro Muñoz Ciudad Real se incorpora a la Orquesta de los Supremos Poderes, comenzando así su amplia trayectoria artística.

“Dábamos conciertos cada quince días en el Parque Gerardo Barrios y en el Dueñas (hoy Plaza Libertad) donde el maestro incluía piezas de compositores nacionales” menciona. Con el tiempo, y gracias a la iniciativa del señor Ciudad Real, la Orquesta de los Supremos Poderes se convertiría en la primera Orquesta Sinfónica Nacional de El Salvador, de la que “Bernabé” formó parte en el área de los instrumentos de cuerda.

Al mismo tiempo, sus conocimientos de saxofón le sirvieron para trabajar también en reconocidas bandas de música popular como las Orquestas Casino, Internacional Polío, Lito Barrientos, Alfredo Mojica, Barahona y Marimba Argentina.

Su participación en estos conjuntos se vio frenada por la imprudencia de un médico particular quién le recetó unas pastillas que le quemaron la garganta y que hasta el día de hoy, le hacen padecer alergias y tos permanente; por lo mismo, deja de lado el saxofón y se dedica por completo al violoncelo, colaborando con solistas nacionales como Rafael Oviedo y Ángel Gutiérrez.

Durante su estancia en la Sinfónica, menciona que practicaban hasta cuatro horas diarias bajo el mando de diferentes directores a lo largo de su carrera, como Alejandro Muñoz Ciudad Real, Esteban Servellón, Gilberto Orellana hijo y German Cáceres durante lo que él considera “la mejor época de la música clásica en El Salvador, pues la gente la respetaba y apreciaba” afirma.

A pesar de todo, también existen recuerdos tristes para este músico, como su padecimiento de alcoholismo durante dos décadas, de las cuales habla con una voz entrecortada al comentar que sufrió e hizo sufrir, además de poner en riesgo su carrera artística; sin embargo, menciona orgulloso que después de luchar mucho contra la enfermedad, logró vencerla hace exactamente 37 años.

Tras su recuperación tuvo la oportunidad de visitar toda Centroamérica como parte del conjunto nacional, llevando la música a lugares como Tegucigalpa, San Pedro Sula, Guatemala y Nicaragua; aunque entre ellos dice preferir Tegucigalpa “por la amabilidad y hospitalidad de su gente”, nos cuenta que no le gustaba viajar por avión debido a su miedo a las alturas por lo que “cada vuelo era una agonía”, dice entre risas.

Don Alfredo se jubiló hace 18 años pero no de manera definitiva, pues participó en algunos conjuntos pequeños como los Violines Mágicos, de don Guillermo Aguirre y Violines Gitanos, de Carmelo Landaverde; lamentablemente, en 2005 sufre un accidente casero que lo hace permanecer en silla de ruedas durante un año, y luego de recibir rehabilitación logra caminar con ayuda de un bastón, que en la actualidad, le acompaña a todos lados.

A este padre y abuelo de 8 jovencitos le gusta ayudar a su esposa en los quehaceres del hogar, cuidar las plantas de su pequeño jardín, practicar algunas piezas musicales con su violoncelo y escuchar clásicos de grandes compositores como Bach, Tchaikovsky, Schubert, Beethoven o Mozart.

Su familia reconoce en él un ejemplo de constancia a seguir, como José González, uno de sus nietos quién interpreta variados instrumentos y que lo describe como una persona “bastante alegre y dedicada a la música; muy exigente si querés aprender con él y que te corrige en el momento si te nota algún error” dice sonriente.

También su esposa durante 58 años y amante de la música sinfónica selecta, Esperanza Montes de González agrega que, a pesar de ser un hombre “de carácter variable con una obsesión por el orden, tiene una trayectoria excelente, es un muy buen músico querido por varios vecinos”. Incluso la municipalidad de San Marcos, donde habitan, ha reconocido el trabajo y la carrera de “Bernabé”.

Es así como, después de contarnos su historia, se apoya en su bastón dirigiendo su mirada hacia el horizonte, pues ya ha anochecido y debemos despedirnos. “No tengo carro, avión o dinero, mi grandeza es que Dios me ha ayudado y me mantiene aún vivo”, concluye con una sonrisa este talentoso y humilde artista, quien se dirige a encender nuevamente su radio y continuar con la melodía pendiente, precisamente una de sus predilectas. Es “La Fuga” de Bach.

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