Seguir, aunque las cosas se compliquen. Aunque el miedo aparezca y los viejos fantasmas tomen el lugar que le corresponde al cambio para bien.
Avanzar, aunque la mente y el cuerpo vayan frenando cada cinco segundos, aferrándose a los lugares preestablecidos y a las comodidades que no te han permitido resurgir.
Ascender, al menos mentalmente, teniendo en cuenta que es el paso previo para trascender en la vida real (porque sí, siempre se necesita fe para impulsar los cambios que se requieren).
¿Y por qué no? Perdonarte en el camino. Porque no siempre es fácil ni cómodo moverse, pero vas poco a poco, a tu ritmo. El único ritmo que importa y que es posible.