febrero 21, 2014

Mini historias 2.5

Uno, dos, tres suspiros consecutivos bastaban para que él se diera cuenta de lo que sentía. Amalia, casi inmóvil ante lo que pasaba, juntaba levemente los párpados, pues deseaba ver su rostro, tan inquieto como el resto de su cuerpo durante ese encuentro espontáneo.

Sí, fue espontáneo. No planificaron el lugar ni la hora. Solo sabían con plena seguridad que el sentimiento se mantenía latente 23 de las 24 horas del día (pues incluía sus sueños).

El recorrido era incierto. Buscaba la mejor forma de transmitirle todo el torrente de sentimientos resguardados desde hacía mucho tiempo en tan solo una mirada, una caricia... un beso directo a esa parte del alma que se aferraba a él con locura.

Cuatro, cinco, seis. Parecía una melodía, armoniosamente el universo materializaba sus ilusiones infantiles en un único movimiento que se tornaba más rápido o más fuerte o más intenso por momentos. Cada poro permanecía absorto en esa burbuja de tiempo-espacio que explotaba con la intromisión de un "con permiso", un "disculpe" o simplemente, de la pérdida por unos segundos de ese contacto cuasi divino establecido entre ambos.

Creyó alcanzar algo similar a la felicidad. Una cosquilla que le recorría, un calorcito agradable, un temblor repentino que no preocupa, una sonrisa que no teme mostrarse... un lugar dentro de sí en el que habitaba un misterioso sentimiento que corría libremente, hasta que se reflejaba en un pulso acelerado, en un corazón que le reconoció como en aquella noche.

Fue entonces cuando lo entendió. Parapetada en sus diversos pensamientos, Amalia comprendió que a pesar de que estaban en diferentes dimensiones, a pesar de las diferencias en muchos puntos, de las divergencias de vida, sus distanciados caminos encontraron un punto en común que desarrollaron a tal grado, que se les hizo necesario.

Y así lo quisieron. Se explicaron con la mirada que a pesar de todo, existen los sustantivos abstractos, los requerimientos infranqueables (que no eran caprichos), las verdades innegables, los pecados exquisitos, los sentimientos infinitos... las voces que se escuchan claramente entre el ruido de dos vidas alejadas por años, kilómetros, experiencias y realidades.

Uno, dos, tres de nuevo. En un micro segundo, ambos cruzaron el paso de cebra. El choque accidental de sus manos en el vaivén humano natural fue lo más cercano a un "hola" que conocieron.

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